miércoles, 25 de noviembre de 2009

El paseo.1ª Parte.

Dos amigos iban paseando tranquilamente por la calle. El primero era el típico “bla bla bla”. Una de esas personas que aún sin lengua, podría seguir hablando. El otro, el pasota de turno. Normalmente hace como que escucha a su amigo el “bla bla bla”. Ya sabéis, para no herir sus sentimientos. Si pudiésemos meternos en su cabeza escucharíamos una melodía relajante o a él mismo contando las gayolas que se iba a hacer al llegar a casa.

Tras un silencio de varios minutos, el primero rompió el hielo con una de sus introducciones favoritas.

- Cuando transitamos por la calle de camino a nuestro destino, solemos ir tan a nuestro rollo que nos perdemos muchos detalles que harían de la vida un sitio más agradable – dijo con un tono serio y semblante relajado.

- Oye, no – interrumpió -, no empieces con tus mierdas que nos conocemos.

- No me juzgues por el preámbulo, coño, que esto te va a molar.

- Te doy… –hizo una pausa y sonrió - medio minuto.

- Eres un mascachapas… - espetó mientras le enseñaba el dedo corazón -. Pues nada, resulta que el otro día iba por la principal de camino a no sé dónde. Mientras esperaba a que el semáforo se pusiese en verde…

- Joer quillo – volvió a interrumpir -, tan listo para unas cosas y tan sumamente gilipollas para otras. Me juego mi colección de Penthouse a que no pasaba un solo coche y que tenías tiempo de sobra para cruzar. Macho, que estamos en un triste pueblo de dos mil habitantes y solo hay un puto semáforo que regula el tráfico de la puta travesía. Travesía, que por cierto, no utilizan ni los bichos bola. ¿De qué vas? – escupió el chicle, se recolocó el paquete y se sacó una bolsita de plástico de su riñonera.

- No me interrumpas con tus estupideces, que estoy a punto de decir algo serio. Y no deberías de fumar esa mierda – señaló con el dedo la bolsita -, va a acabar contigo.

- Tú sí que vas a acabar conmigo. Sabes que el rollo Doctora Quinn no funciona. Lo único que consigues es que me ponga más nervioso, y por lo tanto, le dé más al tema. En realidad – sentenció mientras sacaba el material de la bolsa - eres tú el culpable de que sea adicto a la mandanga. Para escuchar tus paridas necesito algo que me aleje de la puta realidad.

- Muy típico. Echar la culpa a los demás. Vas a acabar mal.

- Y tú peor como sigas tocándome las pelotas. Sigue con tu paranoia y yo seguiré, si no te importa, con la mía.

- Vale, vale, - dijo con resignación mientras se apoyaba en una verja - no tienes arreglo. Pues eso… - hizo un poco de memoria - cuando esperaba en la acera, vi a un autobús acercándose a la parada para recoger a un grupo de señoras que, imagino, irían al mercadillo del arroyo.

- Odio ese mercadillo. Hacen de este pueblo el destino ideal para las marujas consumistas.

- Tú odias todo.

- Verdad. Todo es odiable – decía asintiendo mientras picaba la hierba.

- El caso es que yo estaba pensando en mis cosas, pero algo en mi interior me dijo que debía prestar atención a ese autobús. ¿Sabes a lo que me refiero?

- Claro tío, a veces cuando fumo esta mierda también escucho cosas. Y normalmente – comenzó a soltar una tímida risa - suelen ser acojonantemente graciosas.

- No te lo tomes a coña – le advirtió mientras buscaba su paquete de chicles - , te estoy hablando muy en serio.

- Va – empezó a liar el canuto.

- Me quedé mirando fijamente cómo las señoras iban subiendo lentamente a la guagua con sus tickets en la mano, mientras buscaban desesperadas la aprobación del conductor del autobús.

- No le des más vueltas y ve al grano. Por cierto, no he podido evitar pensar en reses siendo chequeadas en un matadero. Tío, las mujeres de este pueblo son muy gordas y además están piradas.

- Eh, deja de odiar a la gente.

- Tengo razones de peso y lo sabes. El otro día – decía mientras meneaba el dedo con cada palabra en señal de ratificación - Amancia me tiró el cubo de meados de su madre. Suerte que soy un tío con reflejos, a pesar de andar casi siempre medio fumado. Maldita bruja… - lo encendió y dio la primera calada - tanto ella como el puto vegetal incontinente de su madre.

- ¡No me jodas, tío! Aquella vez te cagaste en la puerta de su casa y utilizaste tu mierda para escribir CULO en la fachada principal. Se quedó corta la buena de Amancia.

- Sí – confirmó mientras reía y fumaba – fue bastante gracioso. De todas formas tienes que reconocerme que guardar en un cubo los meados de tu madre no es demasiado normal.

- Bueno, ¿me vas a dejar terminar mi historia?

- Joer – dijo gruñendo cual cascarrabias -, por un momento pensé que lo había conseguido. Anda, sigue.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Mañana será otro día...

El astro rey ultimaba su puesta tras las encinas que se dejaban ver a través de los ventanales del aeropuerto. Y como si de una metáfora elaborada minuciosamente por aquel que nos maneja cual marionetas, los megáfonos de la terminal le dieron el ultimátum. Se marchaba el sol, se mostraba la pálida luna; emigraba la luz, acudía la oscuridad; zarpaba el día, atracaba la noche. De este modo, partía el afecto y la indiferencia cobraba protagonismo. Un escueto y banal adiós sirvió como despedida, mientras separaban sus manos lentamente en un intento inútil por parte del cariño de dilatar el momento; de detener el universo y evitar que la noche engullese definitivamente al crepúsculo. Ambos giraron el torso y comenzaron a separarse. Una vez advirtió que la distancia era suficiente, susurró algo apenas inteligible que no se identificaba con la apatía y frialdad que mostraba su rostro:


Soy lo que siempre has querido tener, solo que aún no te has dado cuenta. ¿O sí?