jueves, 19 de agosto de 2010

The Cavern

El aire que respiraba estaba viciado. Demasiado tiempo encerrado en esa cueva, demasiado tiempo sin ver la luz del sol. Habían pasado tantas primaveras desde la última vez que me vi reflejado en un espejo, que ya no recordaba cómo era mi rostro. Paso las noches (o quizás mañanas, no lo sé) intentando traer a la memoria alguna fotografía, una imagen, un momento. Todo lo que podía considerar como mi vida, dejó de existir el día que quedé atrapado en esta cueva oscura, carente de esa luz brillante, resplandeciente, que podría guiar mis pasos. Percibo como con el paso de los días, mi estabilidad emocional se deteriora exponencialmente, provocándome visiones, ilusiones que no hacen más que empeorar mi estado. ¿Loco? Si tuviese que responder diría que no, pero, ¿acaso el loco es consciente de que lo es?

La locura consiste en hacer siempre las mismas cosas y esperar resultados distintos.

Albert Einstein.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Capítulo 1 - El club de los retardados muertos

Eran las diez y media de la noche. Puntuales como siempre, se sentaron en sus respectivas butacas a la espera de que el Cabecilla abriese el debate del día. Con sosiego pero con firmeza, se recolocó en el asiento y sacó de su zurrón el Memorándum.

- Comencemos. Pero antes – dijo en señal de advertencia – me gustaría que todos tengáis claro que no podemos interrumpir la sesión en ningún momento. Así que, si tenéis que ir al servicio, beber agua o cualquier otra cosa, hacedlo ahora. Tenéis un minuto.

En ese instante, la novata alzó la mano – Eh… disculpe… Ahora que menciona eso, sí que me apetece pasar por el baño. ¿Dónde queda? – Un murmullo casi imperceptible se apoderó de la sala.

Tras lo que parecía una breve reflexión, el cabecilla mandó callar a la multitud y se dirigió a la novata - ¿Cómo te llamas, hija mía? – preguntó curioso.

- Rossana. Rossana Podestá.

- Rossana, no tendré en cuenta tu atrevimiento debido a tu estatus actual, pero que te sirva de lección: una vez el Memorándum ve la luz, nadie excepto yo, puede hablar.

Asintió respetuosa a la vez que contemplaba con timidez el piso. Las pocas ganas que tenía de ir al baño desaparecieron radicalmente.

- Tras este inciso – prosiguió – paso a comunicaros el tema que trataremos hoy. – Todos, a excepción de la novata, que aún seguía buscando no sé qué cosa en el suelo, se inclinaron hacia delante expectantes.

El Cabecilla miró a un lado, luego a otro, entrecerró los ojos, luego los abrió completamente mientras enseñaba los dientes. Respiró. Volvió a respirar, esta vez con más intensidad. Soltó el aire. Sonrió. Luego frunció el ceño y la seriedad se adueño del gesto. Hizo un ruido extraño, algo parecido a “wiegh”, mientras espiraba el aire exhalado. Por fin, llevó la vista hacia el Memorándum y dijo: La razón, un bien escaso.