jueves, 19 de noviembre de 2009

Mañana será otro día...

El astro rey ultimaba su puesta tras las encinas que se dejaban ver a través de los ventanales del aeropuerto. Y como si de una metáfora elaborada minuciosamente por aquel que nos maneja cual marionetas, los megáfonos de la terminal le dieron el ultimátum. Se marchaba el sol, se mostraba la pálida luna; emigraba la luz, acudía la oscuridad; zarpaba el día, atracaba la noche. De este modo, partía el afecto y la indiferencia cobraba protagonismo. Un escueto y banal adiós sirvió como despedida, mientras separaban sus manos lentamente en un intento inútil por parte del cariño de dilatar el momento; de detener el universo y evitar que la noche engullese definitivamente al crepúsculo. Ambos giraron el torso y comenzaron a separarse. Una vez advirtió que la distancia era suficiente, susurró algo apenas inteligible que no se identificaba con la apatía y frialdad que mostraba su rostro:


Soy lo que siempre has querido tener, solo que aún no te has dado cuenta. ¿O sí?

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