domingo, 7 de febrero de 2010

El paseo. 2ª parte.

Anteriormente en Dos amigos…

- ¿Crees que nos hemos estrellado en este lugar por casualidad? – se tomó un segundo para tomar aliento - Es el destino.
Una sonrisa esperanzadora se le dibujó en la cara e hizo una pregunta, cuya respuesta ya intuía - ¿Así que podemos irnos fuera de la isla?
- Me dijo que cosas terribles pasarían, y que tenía que volver… - sudoroso y sin poder dejar de jadear, miró al infinito, intentando buscar algo en lo que fijar la vista, pero sin encontrar lo que buscaba.
- La isla no te dejará volver solo.

¡Cuh!

- Pues lo que te decía, mi gran amigo toxicómano – dijo mientras echó a andar –. Cuando observaba a las señoras, me di cuenta de algo.

- ¿Sabes cuál es tu problema? - fumó del canuto - Le das tanta bola a tus movidas, pretendes darle tanta expectación a cualquier historieta estúpida, que a los que te escuchan, o lo intentan, les das esperanzas, y claro, luego se llevan una decepción enorme, porque generalmente la cosa no es para tanto. Tío, es fácil: sin te ti za - dio una calada, esta vez de varios segundos.

Giraron a la derecha siguiendo el trayecto de la vereda del pueblo. Caminaban por delante del antiguo lavadero, cuando el silencio que gobernaba el lugar se vio perturbado por un murmullo apenas reconocible.

- Eh… - el pasota se quedó petrificado, intentando descifrar el runrún que unos segundos después se haría más evidente – ¡hostia, un coche! ¡Los civiles!

Lanzó el canuto y la bolsita hacia unos matorrales y miró al suelo fijamente. Su cara comenzó a ponerse pálida.


- Das verdadera pena ¿eh? Nunca se te ha dado bien disimular, tío. ¿De verdad te compensa pasarlo así de mal? – el auto ya se encontraba a unos pocos metros.

- Cállate y disimula - susurró angustiado.

- Lo bueno de vivir en un pueblo de mala muerte, es que si escuchas un coche, las probabilidades de que sean los civiles son altísimas.

- Eres muy agudo – comenzó a mirar al piso con más nerviosismo. El coche pasó a su lado, dejó la vereda y tomó el camino que lleva a los cortijos.

- Sí, bueno, si no estuvieses buscando no sé qué cosa en el suelo con ese careto lechoso que se te ha puesto, habrías visto que en realidad no se trata de los civiles.

El pasota respiró, las pulsaciones volvieron a la normalidad y su cutis también. El otro empezó a reírse a carcajadas.

- Ni puta gracia – decía mientras recogía sus cosas del matorral –. No tiene ni puta gracia.

- Te lo tomas demasiado en serio. Todos sabemos que los guardias civiles de este pueblo son unos fumetas de cuidado. Yo creo que pasarían de tu culo; entre yonquis siempre hay buen rollo.

- Primero, yo no soy un yonqui. Y segundo, ¡ja! Si crees que pasarían de llevarse mi mandanga para fumársela ellos, es que eres demasiado primo – abrió la riñonera y guardó el material con mucho cuidado.

- No estoy del todo seguro, sé de un caso que…

- Que no tío, que no. Además, no quiero arriesgarme a que me peguen un palo de trescientos euros.

- ¿Sabes cuál es el tuyo?

Cogió el mechero y encendió lo poco que quedaba del canuto - ¿El mío? ¿De qué hostias hablas?

- ¿Sabes que la pérdida de memoria a corto plazo es uno de los síntomas de fumar esa mierda que fumas, yonqui?

- ¿Sabes que me tienes hasta los cojones? – dio una calada.

- Hablo de tu problema. Según tú, el mío es que soy muy teatrero a la hora de contar historias. ¿Sabes cuál es el tuyo?

- Va, sorpréndeme – comenzó a expulsar el humo formando circulitos.

- Entre otros muchos, que no puedes evitar interrumpir a alguien cuando habla.

- Y no te voy a quitar la razón. Bueno, René, ¿terminarás tu ridículo discurso hoy o lo dejamos mejor para otro día?

2 comentarios:

  1. En la vida siempre hay un amigo con la rara habilidad de darte coñazo hasta hacerte potar.

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  2. De hecho, la bulimia purgativa nació gracias a ellos. A raiz de ahí se fue perfeccionando con otros métodos, como el uso de laxantes, alcanzando el súmmum tras muchos años de investigación con la teniasis.

    Podría escribir sobre eso.

    Arg.

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