jueves, 11 de febrero de 2010

El paseo. 3ª parte. Fin.

2ª parte

- Joder, cómo me cortas el rollo… Pues eso tío, que viendo a cada una de las señoras, me di cuenta de lo tristes que eran sus vidas.

- Espera, ¿hablas en serio? No creo que alguien con un futuro profesional tan turbio como el tuyo tenga derecho a decir algo así – tiró el canuto al suelo y lo pisó un par de veces.

- Tienes una adicción, macho. ¿Es que eres incapaz de cerrar el pico cinco minutos? Y que sepas que ser asistente sexual es muy respetable. Ya sabes que viene de familia y hay que seguir con la tradición.

- ¿Asistente sexual? Deja de llamarlo así, llama a las cosas por su nombre.

- Asistente sexual, mamporrero, ¿qué más da? Pero a lo que iba, no sé si te has dado cuenta de la vida que llevan esas mujeres. El cincuenta por ciento de ellas están divorciadas, y el otro cincuenta infelizmente casadas.

- ¿Y esta mierda es lo que hace que tu existencia sea más agradable? Tu vida debe de ser un puto infierno, macho.

- Joder, ya sabes lo mucho que me gusta analizar el comportamiento de las personas.

- Sí tío, lo de ser mamporrero va a joder tu carrera de psicólogo.

- Ya vale, ¿no?

- Vale, vale… Bueno tú, y de dónde sacas que, por ejemplo, la Asun no es feliz con su marido. Yo los veo bien.

- Ya sabes lo observador que soy, percibo cosas que otros son incapaces de ver. El otro día la vi hablando con un muchacho. Se notaba a kilómetros que tenían una conexión especial. Luego se despidieron, ella suspiró, apareció su marido y le cambió el careto. Fue como si hubiese pasado de ver un capítulo de Friends a ver aquel video famoso en el que salen dos tías cagándose y vomitándose encima.

- Estás flipado. Sé qué video dices, ese en el que terminan comiéndose los mojones y... Jodido asco, hostia.

- Sí… - puso cara de asco y asintió- sigo queriendo pensar que todo es un montaje.

Hizo una pequeña pausa. Recordar la escena le dejó noqueado.

Continuó.

- Llega un momento en sus vidas… en que se acostumbran a estar el uno con el otro, y aunque alguno se haya planteado alguna vez seguir un camino distinto, termina por desechar la idea. Es mucho jaleo.

- Bueno, ahí no te voy a decir que no. Los hay que no pueden estar solos y se conforman con lo primero que pasa por delante.

- Pues sí, la vida de la inmensa mayoría es así de triste. Cuando son conscientes de que la han cagado, ya es tarde, y arreglarlo conlleva arramblar con muchas cosas – miró a un petirrojo que danzaba en el aire en busca de una rama en la que aterrizar. Sonrió - También es verdad que encontrar a alguien con el que encajes totalmente es difícil, por eso yo prefiero tener un perro, los perros nunca te decepcionan; los animales nunca te decepcionan.

- Un perro y tus caballos, no te olvides de tus caballos.

-¿Te han dicho alguna vez que eres muy hijo de puta?

- Mi padre, todos los días. Pero él tiene razones para hacerlo, ya conoces a mi madre – alargó el brazo con la palma de la mano hacia arriba.

- Pues a eso es a lo que iba. Los seres humanos somos gilipollas. ¿Dónde quedó eso de mejor solo que mal acompañado? – cogió un chicle y se lo dio.

- No sé, tío, a veces un polvo seguro ciega al personal y toma decisiones que no debe. Proposiciones, anillos, bodas, sí quiero, embarazos… ya sabes. – dijo mientras mascaba la golosina.

- Ya, lo sé, lo sé. Por cierto, no termino de entender que detestes el sabor que te deja la hierba y que necesites siempre un chicle, generalmente mío, para eliminarlo. ¿No sería más fácil dejar de fumar?

- Pues claro que no. Es muy difícil desengancharse de ella, más cuando te tengo a ti rayándome la almendra con gilipolleces. Pero sé que algún día lo conseguiré, y cuando eso suceda, no tendré que recurrir a tus estúpidos chicles.

Siguieron la vereda hasta que dieron con el arroyo. Se sentaron en un pedrusco y observaron el agua correr.

- Tío, me encanta el arroyo. Es súper relajante escuchar el agua correteando entre las piedrecitas. Siento una especie de comunión especial con la naturaleza. Es como si pudiese comunicarme con ella. ¿No lo sientes? Es genial.

- Creo que lo que está hablando ahora es la hierba y no mi colega.

- Puede.

- ¿Y qué es lo que te dice, yonqui?

- Que no vas a ganar para guantes de látex, pringado.

- Cabrón…

Seguían mirando el riachuelo en silencio. Tras un par de minutos, el blabla volvió a romper el hielo.

- Oye, ¿te hace un Pro?

- Vale. ¿Pero no podría habérsete ocurrido antes? Estamos a veinte minutos de mi casa.

- Bueno, así nos damos otro paseo bueno. Te hace falta que muevas el culo, lo tienes muy gordo.

- Anda ya, tú solo eres experto en culos de percherones – comenzó a reírse de menos a más hasta que terminaron por saltarle lágrimas de los ojos.

- La broma dejó de tener gracia hace años.

Se secó los ojos con las manos - A mí me la sigue haciendo.

Volvieron tras sus pasos lentamente, uno sacó sus chicles, el otro su hierba. Anduvieron durante un rato. O dos. El sol ya se escondía, los lugareños volvían a sus casas tras un día duro trabajando las tierras. Entonces, pasó.

- Cuando transitamos por la calle de camino a nuestro destino…

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