miércoles, 4 de agosto de 2010

Capítulo 1 - El club de los retardados muertos

Eran las diez y media de la noche. Puntuales como siempre, se sentaron en sus respectivas butacas a la espera de que el Cabecilla abriese el debate del día. Con sosiego pero con firmeza, se recolocó en el asiento y sacó de su zurrón el Memorándum.

- Comencemos. Pero antes – dijo en señal de advertencia – me gustaría que todos tengáis claro que no podemos interrumpir la sesión en ningún momento. Así que, si tenéis que ir al servicio, beber agua o cualquier otra cosa, hacedlo ahora. Tenéis un minuto.

En ese instante, la novata alzó la mano – Eh… disculpe… Ahora que menciona eso, sí que me apetece pasar por el baño. ¿Dónde queda? – Un murmullo casi imperceptible se apoderó de la sala.

Tras lo que parecía una breve reflexión, el cabecilla mandó callar a la multitud y se dirigió a la novata - ¿Cómo te llamas, hija mía? – preguntó curioso.

- Rossana. Rossana Podestá.

- Rossana, no tendré en cuenta tu atrevimiento debido a tu estatus actual, pero que te sirva de lección: una vez el Memorándum ve la luz, nadie excepto yo, puede hablar.

Asintió respetuosa a la vez que contemplaba con timidez el piso. Las pocas ganas que tenía de ir al baño desaparecieron radicalmente.

- Tras este inciso – prosiguió – paso a comunicaros el tema que trataremos hoy. – Todos, a excepción de la novata, que aún seguía buscando no sé qué cosa en el suelo, se inclinaron hacia delante expectantes.

El Cabecilla miró a un lado, luego a otro, entrecerró los ojos, luego los abrió completamente mientras enseñaba los dientes. Respiró. Volvió a respirar, esta vez con más intensidad. Soltó el aire. Sonrió. Luego frunció el ceño y la seriedad se adueño del gesto. Hizo un ruido extraño, algo parecido a “wiegh”, mientras espiraba el aire exhalado. Por fin, llevó la vista hacia el Memorándum y dijo: La razón, un bien escaso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario